domingo, 14 de junio de 2020

JOSÉ BATRES MONTÚFAR




Cuento



Una vieja soltera se moría
y sin cesar pedía
al confesor que estaba cerca de ella
la palma y la corona de doncella;
y su afán era tanto
que era capaz de impacientar a un santo,
aunque no lo mostrase el padre cura,
hombre muy ponderable de dulzura.
Una de tantas veces, sin embargo,
que estaba repitiéndole el encargo
nuestra virgen anciana
por centésima vez en la mañana,
aburrido el pastor de aquel tema
a la vieja le dijo con gran flema:
“Mire, tía Pascuala, que la cosa
es algo peligrosa,
pues si su doncellez no es verdadera,
y la van a enterrar de esta manera
cubierta con insignias virginales,
el menor de sus males
será ir al infierno en cuerpo y alma
tan solo por la culpa de la palma;
mírese bien en ello, madre mía,
y no le salga cara su porfía.
“El Señor”, le responde, “me es testigo
que no reza conmigo
eso que usted acaba de decirme.
¡Si por algo no temo yo el morirme…!
Ello… en fin… es del todo… indiferente,
Pero… mejor será… porque la gente
no vea… vanidad en mi persona,
que me entierren sin palma ni corona”.


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