Sobre ojos resecos
Aquí
estoy, envuelto en el sudario de la noche.
Mis
ojos se enceguecen por lo que intuyeron.
Breva
negra que no sabe renunciar en su tiniebla
a
la dulzura que mana, es mi corazón.
¿Será
la última miel que se siente en la muerte
siempre
la que cae en sombra de una funesta higuera?
Aquí
estoy, tendido. La soledad me urde cuerpo
de
silencio, de fatiga alada sin sosiego
en
esta habitación donde recreció el árbol:
no
debo olvidar que en él la tentación se esconde,
que
sus hojas son vergüenzas recubiertas, fruto sesteante
aterrado
ahora por el canto rojo tres veces encendido.
Aquí
estoy, yacente, lágrima de sequedad,
en
sábanas de frío, en sudario de fuego.
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