Encargo a Pepe Damaso
Porque cambies en formas
las palabras de este sueño, y que las cosas vuelvan a ser cosas.
ME llegaba de su boca sin dientes el relato de una “vida ejemplar”; y, si se lo
pedía, me daba usted la imprescindible explicación de dos o tres palabras, pues
el significar de las restantes presumía tenerlo en el exiguo diccionario de mi
mente.
Con aquellos sonidos que venían de afuera iba en mí
construyendo la imagen de un hombre que, sin probar comida ni bebida,
harapiento, sin ser reconocido por los suyos, bajo una escalera de su mansión
opulentísima, de retorno de un muy largo viaje, con un tenaz acallamiento, el
extraño dejaba asomar entre las manos juntas la carta que guardaba los detalles
de su tan vagorosa existencia. Cuando usted ponía fin a la historia, es
probable que pudiera contemplar en mi rostro el turbador efecto del Misterio.
Pero hoy sé que, pese a hablar nada, pudieron decirme aquellos labios; y que
quien, en suma, componía el relato de la anciana locuaz para el niño que dentro
del viejo ahora recuerda, era en verdad el viento, entrando y saliendo por las
rendijas de la casa junto al mar, la gran flauta olvidada entre las
rocas.
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