domingo, 28 de marzo de 2021

MÓNICA ZEPEDA

 

 

 


Encomienda

 



Pareciera que están en todas partes
las partes no incineradas de los sueños
de quienes quedamos vivos:

 

El sol —prefijo de la edad—,
la penúltima diástole del paro cardiaco
—lágrima herencia de uno mismo—.

 

Su compasión lía, cual red de precipicios,
los extremos del salto al instinto trapecista.
Su perpetua retórica es mañana de otra época
que, como ésta, nunca me perteneció.

 

Envuelta en el disfraz de la razón por sobre los latidos,
la promesa de mi agonía parpadea ante tus ojos
y mientras duerme aún inventa que sonríes
cuando eres cenizas.

 

Si tu muerte no ahoga mi alma, si se desborda
el duelo y en mis mejillas consigue sostenerse una palabra,
si de mi vientre nace la poesía, en algún momento le diré:
“Hija, tienes que vivir… tranquila”.

 


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