La hora del presentimiento
Una
fragancia a carne gloriosa se disuelve
sobre la luminosa fiebre de mis tejidos,
como un embrujamiento celeste que me envuelve
como la metempsicosis de un séptimo sentido.
Caen
las telarañas de la vida enfermiza
y se alientan los nervios en un ansia de sol…
todo se hace más leve, todo se sutiliza
como si me encontrara a doscientos mil volt.
¿Qué
serán todas estas raras complicaciones
que nos dejan las manos estrujando visiones
que no hemos visto nunca con estos ojos hondos?
¿Qué
serán esos labios que nos hacen un guiño
amoroso, en la sombra de paisajes sin fondo,
entre el amoratado resoplar del gran pino?
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