Objeto de amor
Langosta
no podía creerlo, floridana
y a pura antena: Cangrejo a la orilla del mar
como
una moneda. Y esas tenazas, se decía
Langosta a sí misma, y ese carapacho.
Ya
no me río más de la ballena
embelesada por los aviones que se pierden en nubes.
Ya
le entiendo. Hay hombres en el mundo de arriba
que nos secuestran el alma, se decía Langosta.
A
todas estas, Cangrejo nunca se enteró,
aunque Langosta cambió para siempre.
Dejó
de ser arisca y precavida. Sorprendió al pulpo
agazapado con un diálogo cordial. Deslumbró
la
estrella de mar con una ofrenda de amistad.
Qué suave la música de la anémone, se decía Langosta,
no
hay rumbo para el veneno en su vaivén.
Y a la sombra burbujeante con cara de vidrio
que
la cogió con una mano al final de un largo
y destellante brazo, empezó a hablarle de amor.
Es
como una tenaza, se decía Langosta. Es una tenaza.
Más bella que la de Cangrejo. Y está conmigo.
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