Mis
piernas flacas en Macedonia
Dicen
los aficionados al misterio que fue con la fuerza divina de sus piernas
y no
con sus cabellos que Sansón derribó el templo de los filisteos.
Dicen
los filósofos que sólo con la ayuda de sus músculos gemelos
pudo
Sísifo mover su roca una y otra vez hasta la cima. Y también se cuentan
las
proezas de los Rarámuris, el pueblo de los pies de aire,
que
corriendo sobre el viento van y vienen a través de la sierra Tarahumara;
y no
olvidemos el gran salto,
el
dorado salto de Irving Saladino,
no
olvidemos que a pesar de sus misiles
el
coyote siempre fue vencido por las patas del correcaminos.
Te
das cuenta, Alessandrula, tantos galardones y medallas se le deben a las
piernas,
a
muchas piernas en el mundo, pero no a las mías.
A
las mías les adeudo mi metro ochenta y cuatro de estatura,
el
calambre repentino de las madrugadas,
los
pantalones cortos,
los
pantalones largos,
los
goles de chiripa,
el
autobús que nunca alcanzo en medio de la lluvia,
la
noche que andando sin parar durante horas
me
salvaron de morir de frío en Luxemburgo.
Y
también cuando se enredan en tu cuerpo,
cuando
trepan en ti como la yedra sobre la pirámide,
cuando
tiran de ti como las jarcias de un trirreme
y tu
cuerpo cual vela se despliega en la noche
y un
viento de lejanos cerros te va llenando de cocuyos
y de
hojas,
somos
un barco al que le ha brotado un guayacán en medio,
atravesamos
la noche con la luz de nuestras flores,
somos
un faro vagabundo en la tormenta,
la
cola de un cometa
que
se va llenando de pájaros hasta que aparece la mañana.
Y es
una mañana en Macedonia, Alessandrula,
hay
muchas piernas y barrigas frente al Orhid,
hay
muchísimas palabras en el aire,
hay
una luz tan indecisa sobre el agua
que
me hace recordar los mediodías
en
que mis piernas flacas
continúan
enlazadas a las tuyas,
y
somos después de nuestro viaje
como
un pajarito empapado de rocío
sobre
un enorme cable de energía.
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