Secuestro
He
vuelto a matar a un hombre bueno.
He
cortado el oxígeno
que
mantenía con vida
su
cuerpo ya inerte
desde
el primer roce.
Religiosamente
culpable
de
mirarle a los ojos
mientras
hundía la hoja del cuchillo
en
su costado izquierdo.
Lo
retuve en mi habitación durante días
haciéndole
creer en un secuestro voluntario
y en
su poder de elección,
pero,
alma mía,
le
apremiaba sin querer
a
lamerme las heridas.
El
tópico de la cama como ring
se
torna irrefutable
despuntando
entre embestidas
menos
furiosas de lo que planeaste.
No
tenías sombras,
amado
amante,
no
estabas roto
por
ello mi aflicción al adivinar
que
habré de declararme culpable
cuando
yazcas perforado por gusanos.
Sin
duda fueron mis ojos
girando
en espiral
lo
que congeló tu lengua
impidiéndote
ya saborear nada.
Te
advertí,
te
amenacé,
pedía
el indulto en cada abrazo.
Estas
crónicas concluyen colisionando
contra
el muro que en treinta días
levanté
al final de la vereda.
Ya
he llorado por tu inocencia,
compondré
poemas que podrás descifrar a medias.
Todo
esfuerzo por quedarte solo será inútil,
soldado
cojo en este ejército que me invade.
Espero
que todos sepan de tu candela
y te
ames tanto que arrincones las desdichas.
Te
he pedido hogueras sobre un iceberg
y no
te aplacó el tornado que brota de aquí dentro,
tú
vendaste mis mordiscos rabiosos
y
besaste mi frente cuando dormía.
Sé
que prefieres jugar solo;
liderar
seguido de pocas y valiosas amistades,
y
estudiar la rara avis que no te canse.
Vida,
muy a tu pesar,
esa
media sonrisa se traduce
en
lo dulce que tu cuerpo no pide;
en
vulnerabilidad.
Que
te adore como lo hago
le
resta crueldad a esta injusticia.
Mi
afecto crece a lo ancho del valle,
aunque
te pese intuir
que
no romperá el techo
como
hacen los amores locos.
De:
“Oasis”
No hay comentarios:
Publicar un comentario