A
César Vallejo
Este
César Vallejo tan loco
como siempre. Tan cuerdo
como nunca, que sigue siendo
así después de muerto y uno
lo
oye respirar pese a la invernal
tuberculosis, a la estadía en e
el hospital, pese a la pena
y a su españolísima ira llena
de
tiernos y coléricos poemas,
pese a la soledad, la lluvia,
la tristeza, la oscuridad allá
en la ciudad luz. Sin pan
allá,
donde se mide el pan
por metros. Este César Vallejo
tan poco cesáreo y más bien
Cristo que cristiano y comunista
hasta
los huesos por humano
y, sin embargo, peruano,
peruanísimo, con su perfil
de puro curaca y cholo puro
y tan inca como el inca
Garcilaso que decía: “porque
las fuerzas de un indio no
alcanzan para tanto” y
alcanzaron, sí señor, les
alcanzaron para escupir sangre
y pulmón contra las injusticias.
Este César Vallejo, hueso puro,
tocando
su huaino en una zampoña
que suena a puro tuétano
y añorando el Perú en Pére Lachaise
donde quedó enterrado y luego
el
puñado de cenizas fue
llevado al Perú, a ese Perú
saqueado y humillado, a ese
Perú del oro y de la sangre.
A
este César Vallejo me encomiendo,
te encomiendo con toda el alma
y sin encomenderos. Hay que ponerle
cuatro velas y rezarle en silencio.
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