Cuando la poesía no perdona
Poesía
que estás en lo que aleja o traen las palabras, en el golpe inesperado de lo
predecible, lo inhumano, lo sagrado, lo que se olvida; estás en el cascarón de
eternidad y el grito de un niño sin carnes; estás en lo que aturde con tanto
sol que seca el hielo, que priva de vida a una semilla entre las piedras
semejantes a cajas con la memoria del cosmos; estás en una grieta sobre el
hueso de los torturados; estás en la espiga de humanidad que traiciona su
destino y se aísla, y no ve que el horizonte es ajeno y lejano, y cede al
absurdo. Poesía, perdona tanto infierno, tanto paroxismo vano, tanto éxodo en
las calzadas de un viaje hacia la nada, tanta traición para fingir un cielo,
tanta profecía inútil y las ilusiones, tanta penumbra entre los ojos donde un
gato o una loba reina explican el origen y misterio de la vida. Poesía, danos
el sentido de la paz que olvidamos. Pregunta, obliga, exígenos respirar en la
misma colina donde el milagro comprueba que la hermandad es posible. Poesía,
danos el conocimiento y la fe que salvan. Y si todo no es así, nunca me
perdones.
De la antología: “No basta fingir o
imaginar que somos tigres”
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