Bay Bridge Blues
Cruzar
el puente para llegar a la niebla
que
envuelve las torres y vuelve
misteriosos
los rostros.
Llegar
a Market St. y entre juglares, turistas
y
pinky-punks, escuchar
el
monólogo circular de Jenny, colectando
quoras
y daimes para completar la dosis.
Llegar
al Vesubio, pedir un café irlandés,
encender
un Camello y ver como la lluvia cae
sobre
los títulos más recientees de City Lights.
Ver
además como la tarde enciende
las
enormes tetas de neón de Carol Doda.
Cruzar
el puente para llegar a Golden Gate Park
y
caminar
sobre
huellas de ácidas cenizas y escuchar
el flapéo
de raídos estandartes acompasando
el
sueño del penúltimo bisonte.
Llegar
al Casino Tropical
y
entre timbales y trompetas danzar
con
Irene en un rincón, danzar
bajo
un cielo de lentejuelas y palmeras
de
cartón y un mar de rón.
Llegar
al Café Trieste y compartir la mesa
con
alucinados y auto-exiliados. Buscar
en
la pared el rostro de Dashiell Hammet, y
en
su lugar encontrar el vivo cuerpo de Aloha,
que
se ofrece como un efímero manjar.
Llegar
al Keystone Corner, haciendo eses
y
equis y entre un brandy a solas escuchar a
Flora
Purím, cuando todavía existían
Dexter
Gordon, Charles Mingus y Obed Gómez Almazán.
Cruzar
el puente para llegar a los muelles
con
el eco de los cantos de Kenneth Rexhort,
ecos
de luz, amor y coraje abriéndose paso
entre
el espeso rumor de la niebla
de un futuro que
fue.
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