Membra
Disiecta
Los
poetas mienten. Destrozan al amante.
Aquél
juega con el pequeño lóbulo de su oreja,
éste
persigue un dedito y lo entierra
en
la arena húmeda de la playa.
Los
poetas arden en soberbia idílica,
sus
frentes desordenadas ante el cuerpo del amado:
para
eternizar ese pliegue horizontal del vientre
cuando
la sombra cae de espaldas,
es
preciso que no exista más su cabeza,
cercenar
sus bellos muslos,
esconder
lejos los brazos.
Los
poetas, carroñeros insaciables del amante,
desprecian
la última gota que implora el hueco de una mano.
Mañana
habrá festín. Un ojo izquierdo
brillará
con luz rara sobre la dulce carne.
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