Pájaro de piedra
Ser
de piedra y creerse pájaro
porque el viento propaga el polvo de las manos.
Verse
ave en el reflejo,
aunque inmóvil sobre el asfalto,
abrasado por la luz de las cinco de la tarde.
Saberse
nido
en un recodo del día que agoniza,
sin poder roer el aire.
Ser
de carne y creerse hoja o pluma
y al final de la jornada ser quien cae.
Ser
uno y creerse otro y otro y otro,
hasta anochecer sobre sí mismo
y volver al origen,
donde la arcilla no tenía rostro
y las alas no pesaban tanto.
De: “Pájaro de piedra”
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