Cada
contemplación
guarda un hechizo.
Silban agujas de viento en mis oídos.
Un sol de agua espolvorea cenizas
en el cráter de mi mirada;
y se derrite, en gasa gris, el polvo de la atmósfera.
Arden tambores en el firmamento.
Atrás quedan las cumbres, llamaradas de niebla.
Más allá, los árboles, que apuntalan las nubes,
me van diciendo adiós.
Fríos relámpagos
ensortijan los espíritus del humo.
Y el pueblo flota, inmóvil, en el halda del silencio.
Para
saber qué es la lejanía he llegado a este mar.
Lo inalcanzable me hace señales desde el horizonte.
He movido la noche para que cante el sol.
De: “Vida ávida: Poesía reunida, 1970-2022”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario