A mi
querida hija amada
Como
un meteoro, ángel mío,
por este mundo cruzaste,
y al Empíreo te lanzaste,
dejando en mi alma el vacío.
Los querubes, hija amada,
a su lado te llamaron,
y en triunfo te presentaron
a la Virgen adorada.
Quizá el Eterno, hija mía,
en su infinita clemencia,
quiso librar tu inocencia
de toda culpa y mancilla.
Por eso, hija de mi amor,
ya que a tu madre dejaste
y a la morada volaste
donde todo es esplendor…
Pide a la Virgen consuelo
para su alma dolorida,
pues es muy triste su vida
desde que estás en el cielo.
Gracias, 13 de septiembre de 1888.
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