viernes, 31 de mayo de 2013

MOYA CANNON





Caballo de Vogelherd, 30.000 A.C.



Parecería que el arte nace como un potro
que de inmediato puede caminar.
                                                                                   John Berger



El caballo mide la mitad
de mi dedo meñique;
tallado en marfil de mamut,
le han roto las patas,
tres donde comienzan,
la cuarta por encima de la rodilla,
pero su cuello, arqueado como el de un Lipizzaner,
sus narices abiertas,
están tensos de vida.

El artista o chamán que lo talló
como tótem, adorno o juguete
difícilmente pudo haber previsto
que los caballos crecerían
que se les pondrían bridas, monturas,
que de todas las manadas de mamuts,
amos de las claras estepas,
ningún animal sobreviviría,
que las estepas se reducirían,
que, en las superpuestas montañas hacia el Sur,
los ríos alterarían su curso

pero que este caballo seguiría galopando
a través de diez mil años de hielo,
que vería las muertes, las mutaciones de las especies,
que vería florecer a una especie,
homo faber, el hacedor,
que lo ha hecho,
o, que, empleando un cuchillo de piedra o hueso,
lo ha hecho surgir del colmillo del mamut,
lo ha pulido con arena,
tomándose su tiempo con los belfos, el fino hocico,
y lo ha puesto sobre el piso irregular
de la cueva Hohle Fels
para que cabalgue un momento.


Traduccion de Jorge Fondebrider

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