I
Como
renuevos cuyos aliños
un
viento helado marchita en flor,
así
cayeron los héroes niños
ante
las balas del invasor.
Allí
fue… Los sabinos, la cimera
con
sortijas de plata remecía;
cantaba
nuestra eterna primavera
su
himno al sol; era diáfana la esfera;
perfumada
la flor… ¡y ellos morían!
Allí
fue… Los volcanes, en sus viejos
albornoces
de nieve se envolvían,
perfilando
sus moles a lo lejos;
era
el avalle una fiesta de reflejos,
de
frescura, de luz… ¡y ellos morían!
Allí
fue… Saludaba el mundo el cielo,
y
al divino saludo respondían
los
árboles, la brisa, el arroyuelo,
los
nidos con el trino del polluelo,
las
rosas con su olor… ¡y ellos morían!
Morían
cuando apenas el enhiesto
Botón
daba sus pétalos precoces,
privilegiados
por la suerte en esto:
que
los que aman los dioses mueren presto
¡y
ellos eran amados de los dioses!
Sí,
los dioses la linfa bullidora
cegaban
de esos puros manantiales,
espejos
de las hadas y de Flora,
y
juntaban la noche con la aurora,
como
pasa en los climas boreales.
Los
dioses nos roban el tesoro
de
esas almas de niños que se abrían
a
la vida y el bien, cantando en coro…
Allí
fue…La mañana era de oro,
Septiembre
estaba en flor.. ¡y ellos morían!
II
Como
renuevos cuyos aliños
un
viento helado marchita en flor,
así
cayeron los héroes niños
ante
las balas del invasor.
No
fue su muerte conjunción febea
ni
puesta melancólica de Diana,
sino
eclipse de Vésper, que recrea
los
cielos con su luz, y parpadea
y
cede ante el fulgor de la mañana.
Morir
cuando al tumba nos reclama,
cuando
la dicha suspirando quedo,
“¡Adiós!”,
murmura, y se extinguió la llama
de
la fe, y aunque todo dice: ¡Ama!
responde
el corazón: “¡Si ya no puedo…!”,
cuando
solo escuchábamos dondequiera
del
tedio el gran monologar eterno,
y
en vano desparrama primavera
su
florido caudal en la pradera,
porque
dentro llevamos el invierno,
bien
está… Mas partir en pleno día,
cuando
el sol glorifica la jornada,
cuando
todo en el pecho ama y confía,
y
la vida Julieta enamorada,
nos
dice: “¡No te vayas todavía¡”
y
forma la ilusión mudo de encajes,
y
los troncos de savia están henchidos,
y
las frondas perfumaban los boscajes,
y
los nidos salpican los frondajes,
y
las aves arrullan en los nidos,
es
cruel… Mas, entonces, ¿por qué ahora
muestra
galas el bosque y luce aliños?
¿Por
qué canta el clarín con voz sonora?
¿Por
qué nadie está triste, nadie llora
delante
del recuerdo de esos niños?
Porque
más que la vida, bien pequeño;
porque
más que la gloria, que es un sueño;
porque
más que el amor, ale, de fijo,
la
divina obligación, y en una losa
este
bello epitafio: “Aquí reposa;
dio
su sangre a la Patria: ¡era buen hijo!”
III
Como
renuevos cuyos aliños
un
viento helado marchita en flor,
así
cayeron los héroes niños
ante
las balas del invasor.
Descansa,
juventud, ya sin anhelo,
serena
como un dios, bajo las flores
de
que es pródigo siempre nuestro suelo;
Descansa
bajo el palio de tu cielo
Y
el santo pabellón de tres colores
Descansa,
y que liricen tus hazañas
las
voces del terral en los palmares,
y
las voces del céfiro de las cañas,
las
voces del pinar en las montañas
y
la voz de las ondas en los mares.
Descansa,
y que tu empleo persevere,
que
el amor al derecho siempre avive,
y
que en tanto que el pueblo que te quiere
murmura
en tu sepulcro: “¡Así se muere!”,
la
fama cante en él: “¡Así se vive!”.
IV
Como
renuevos cuyos aliños
un
viento helado marchita en flor,
así
cayeron los héroes niños
ante
las balas del invasor.
Señor,
en cuanto a ti, dos veces Bravo,
que
aquí defiendes el hollado suelo
tras
haber defendido el suelo esclavo,
y
hoy en el sitio dormirás al cabo
donde
el águila azteca posó el vuelo;
Señor,
en cuanto a ti, que, noble y fuerte,
llegaste
del perdón al heroísmo,
perdonando
en tu triunfo a quien la muerte
dio
a tu padre infeliz, y de esta suerte
venciéndote
dos veces a ti mismo:
ven,
únete a esos niños como hermano
mayor,
pues que su gloria fue tu gloria,
y
llévalos contigo de la mano
hacia
el solio de Jove soberano
y
a las puertas de bronce de la historia.
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