martes, 9 de febrero de 2016

RAQUEL LANSEROS



  
El hombre que pasea por Manhattan



El viento de diciembre columpia en la distancia
el esqueleto frío de los árboles.
Central Park susurra un villancico
                                      enigmático igual que puntos suspensivos.
Manhattan se maquilla en los espejos
y viste de alegría su silueta lasciva
                                          de mujer veinteañera,
bella hasta la herida y caprichosa.

Mientras,
él intenta despacio adivinar
en qué bando milita esa mano que late
          hundida en el bolsillo
al ritmo del semáforo en la quinta avenida.

Nueva York es un niño henchido de futuro.
Solamente en Manhattan puedes sentir los labios
                          del ombligo del mundo besándote en la boca.
                                                                  
Después,
puede que la ciudad
   vuelva a desvanecerse igual que un espejismo.

Él observa despacio
la escarcha a las orillas del río Hudson.
       Cada gota de hielo
             contiene la grandeza de un deseo.

De repente recuerda
                un cuadro de De Kooning.
Ocurre algunas veces:
la realidad y el arte anudan sus extremos.
Existen lluvias grises y océanos celestes,
palabras y desiertos. Del mismo modo que
el cielo y el infierno están aquí y ahora.

Tan sólo hay que aprender a distinguirlos.




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