Documento de identidad
No sé
en qué trámite u oficina, junto a qué teléfono
público,
se me ha perdido el documento
de
identidad. Para tales casos la ciudad prescribe
lo
que se debe hacer, apenas una tarde de colas
y de
dedos entintados, y ya se tiene uno nuevo.
Nadie
percibe que con esa pérdida tan ínfima
se
fueron años enteros de mi vida: mi foto
de
adolescente sin barba, cuando el mundo me abría
sonriente
sus rutas; mi firma que hasta entonces
sólo
había rubricado versos, inocencias; el registro
de mi
año de soldado; y las constancias
de
muchas votaciones: someras esperanzas
de
algo mejor, en general defraudadas. Este flamante
documento
que ahora llevo, con mi imagen
avejentada,
no conoce –como el otro–
las
lluvias de Córdoba, los latidos de mi pecho
cuando
pasaba el escuadrón militar, la cercanía
de
otros cuerpos de mujer: no conoce
el
miedo antiguo ni el tempestuoso amor,
es
apenas un carnet que identifica
a un
hombre que ha nacido viejo, al que amputaron
–aunque
sea en efigie– la mitad de su vida.
De: “Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que
se ama”
No hay comentarios:
Publicar un comentario