Para esta hora, dulce y pura, en que la ciudad es
semejante a un buque que ha descargado toda su mercancía y reposa; para esta hora, leve y clara como un turbante nuevo.
En que las calles no tienen escollos para el caminante
y están exhaustos los senos de los vicios: en que el vicio nocturno y el deseo que ha estado gimiendo todo
el día, rinden su cabeza como un niño cansado de llorar.
Para esta última hora, dulce como una tregua, en que
los leones del deseo se arrodillan, dóciles como bueyes, ante el próximo día; en que, no hay vino para
los borrachos ni carne para los lascivos y una pureza de Ramadán se introduce en el corazón de los viciosos.
De: “Los Psalmos de la noche”
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