II
Te vi
entrar al quirófano
con la
mano vendada y nuestras discusiones
en las
piernas.
Saliste
de ahí después de tres horasmeses,
a las
dos de la tarde.
Llegaste
a Terapia intensiva
luciendo
un bellísimo y moderno aparato
que
medía tu presión intracraneal
y mis
remordimientos.
Entré a
verte después del espantapájaros.
Le
grité al médico:
¡tu
habitación no tiene vista al mar!
Lloré
por tres minutos sobre tu sábana
y
recité Hora de junio
para
matar el noventaynuevepuntonueveporciento de los gérmenes
que
dejó tu madre durante su visita.
Luego
de la ablución, me senté en el corredor a leer
El Lazarillo de Tormes.
Cuando
terminé,
habíamos
cumplido ya
doce
años de no amarnos
y no
pude más que maldecirte;
te
maldije por haberme dejado aquella noche,
sin
farol y sin cigarros.
De: ”Crónicas de hospital”
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