A pocos
kilómetros
el
autocar le deja donde la piedra se abre
al
cielo. En lo más alto
de
abajo, en lo más bajo
de
arriba. Tanto cielo,
incomprensible
desde la casa.
Allí
comienza un breve
ascenso.
Poseída
por la
fronda y el musgo,
la
ruina salva su belleza. Quiere
mirar
con ojos ebrios
tanta
serenidad. En lo que fuera
claustro
(y taller) la inútil
arrogancia
del gesto se detiene.
El tejo
habla.
Y si el
hombre
pudiera
un voto sería
este
que sabe ser inagotable
sin
hacer daño, ser centro
y ser
contorno bajo
la
amenaza o promesa
de
hacerse nuevo sin hacer acopio.
Canta
la
abubilla su gesto sin dejarse ver
la
duración exacta del presente.
De "El hombro izquierdo"
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