miércoles, 3 de enero de 2018

MAYRA OYUELA








Orillas





Era el pasado un tren sin rumbo,

llevaba por embestida

la pólvora que en los ojos de mi padre

apuntaba a su propia soledad.



“El hombre nace para contemplar

la tierra, la cosecha, los hijos

y todas las mujeres iniciadas en ese arte llamado amor”

Quizás mi padre, en sus propio afán

rasgo la tierra, mordió la cosecha,

creyó que sus hijos eran un sueño

y amó a todas y cuantas carabelas

que en su navegar pausado llegaron a su orilla.

Mi padre, de manos resueltas como arena

de dejo trepar por unas caderas imprevistas

que lo preservaron en sal;

pero la penumbra es blanca y negra

y se amarillenta con la soledad.

Mi madre guarda a escondidas de él, una foto

donde aún emerge lo clandestino de su propia ética,

ambos ausentes ya de efervescencia,

andan los pasos tersos por tanto roce con las despedidas:

se ven,

a tientas parpadean un Morse de amor náufrago,

pero hoy ya es martes y, hace cuarenta años

que mi padre no ve el mar.


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