Orillas
Era el
pasado un tren sin rumbo,
llevaba
por embestida
la
pólvora que en los ojos de mi padre
apuntaba
a su propia soledad.
“El hombre nace para contemplar
la tierra, la cosecha, los hijos
y todas las mujeres iniciadas en ese arte
llamado amor”
Quizás
mi padre, en sus propio afán
rasgo
la tierra, mordió la cosecha,
creyó
que sus hijos eran un sueño
y amó a
todas y cuantas carabelas
que en
su navegar pausado llegaron a su orilla.
Mi
padre, de manos resueltas como arena
de dejo
trepar por unas caderas imprevistas
que lo
preservaron en sal;
pero la
penumbra es blanca y negra
y se
amarillenta con la soledad.
Mi
madre guarda a escondidas de él, una foto
donde
aún emerge lo clandestino de su propia ética,
ambos
ausentes ya de efervescencia,
andan
los pasos tersos por tanto roce con las despedidas:
se ven,
a
tientas parpadean un Morse de amor náufrago,
pero
hoy ya es martes y, hace cuarenta años
que mi
padre no ve el mar.
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