No quisiste quedarte.
No
quisiste aprender cómo quedarte.
Quedarte
resignado a beber toda la luz que nunca muere.
De tal
modo que el recuerdo te soborna,
te hace
dudar hasta llevar tus manos a tocar lo que no tienes.
Para
tocarlo primero hay que saber decirlo, decirlo muchas veces.
Mucho
tiempo has pensado destejer, una tras otra,
las
tramas que se te van enredando entre los dedos.
Mucho
tiempo quisiste enumerar cada partícula de polvo, cada capa de tristeza,
enumerar
también cada puñetazo de la frustración,
cada
truco para engañar el mediodía que te cortaba en sombra la figura.
Pero no
puedes y te llevas una mano a la cabeza
y
descubres que en ese recuento
hay una
imagen que tienes de ti mismo y te es extraña
que
sólo en sus contornos y a lo lejos, apenas en su sombra,
podrías
reconocer.
Hay
algo que ahora te detiene.
Has
dicho demasiado y te has metido en un problema.
El
añejo dolor que te conserva despierto y a la sombra
guarda
para ti un sentimiento de revancha.
No
puedes avanzar lo que quisieras,
el
desierto que pretendes recordar se vuelve más extenso.
De: “Contraverano”
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