Copulación mayúscula
La
primavera en mi patio se ha instaurado:
Los
pájaros baten alas, cantan, se persiguen, se encuentran.
El
paisaje se viste de música y color.
La
abeja reina —esa fértil y prolífera matrona—
despliega
en el aire su vuelo nupcial.
Pero
no, no son los pajarillos
ni las
acrobacias amatorias de la gran soberana
lo que
me hace detenerme a escribir estas líneas.
Esta
vez escribo —simplemente escribo—
en
nombre de la humilde, minúscula,
laboriosa
y solitaria abeja obrera.
La que
ha huido de la oscuridad de la colmena
y en un
acto de amor supremo —copulación mayúscula—
liba el
néctar de los blancos azahares
que
cubren las ramas —el cuerpo entero—
de mi
majestuoso árbol de naranjas.
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