jueves, 16 de agosto de 2018

EDGAR MATA





Herencia

Cualquier instante de la vida humana 
es un nuevo argumento que me advierte 
cuán frágil es, cuán mísera, y cuán vana.
Salmo XIX.
Francisco de Quevedo.



El álbum de jazz que me regaló, dijo, era su favorito.
También te dejo estos libros.
A él le gustaba mucho esta novela, y del disco,
amaba el segundo track.
Pero nunca entendí el jazz,
nunca me lo explicó.
Te juro que le pedí en más de una ocasión…
pero a mí me gusta la trova, ¿verdad que es más comprensible?,
y soltó el llanto.
Se fue sollozando mientras yo
deseé preguntarle por qué, cuándo fue que él…
pero en ese vaivén de anécdotas y lágrimas contenidas
me extravié.
Tomé los objetos, entré a casa tembloroso,
quizá abrumado por saber tanto y nada,
y puse el disco.
Intenté disfrazarme, usar una máscara descrita con tanta pasión…
Algún día, me dije, este anillo que ha dejado huella en mi falange
quizá podría traer consigo un brevísimo viaje,
alguien
sería un mimo interpretándome,
imaginando que alguna vez
caminé en esa calle, entré a la cafetería donde suelo pasar horas,
mientras dejo rastros de mi piel, de mi aroma,
en ese libro que ahora usted coge entre sus manos
y lee con tanta
dolorosa
e inefable
indiferencia.




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