A las cinco
Ni
cuervo ni mosca ni pájaros se posan en la ventana. En la ventana sólo se posa
una flor marchita que cayó del piso de arriba, y ahí se queda toda la tarde. Yo
la observo bajo una luz que hace que los ojos sangren. En la pared hay un
cuadro de Klimt en el que se apaga la vida de colores alegres ante el mensajero
de la muerte que mira con aire de superioridad una montaña de cuerpos
palpitantes, con sus cabezas inclinadas. En realidad, todos están muertos,
incluso antes de que el ángel los apuñale con su lanza. Pongo la flor entre el
esqueleto del ángel y las criaturas coloridas, pero la flor resulta molesta y
falla como puente. ¿No se marchitó, también? La llevo al ojo vacío del ángel y
allí se siente más cómoda. Pero la flor no se creó para llenar los ojos vacíos.
La flor fue creada para llenar el balcón del piso de arriba, y ahora está
muerta. La verdad es que se dirigió a mí porque estaba muerta; llegó a mi
ventana, donde no se posan ni cuervo ni mosca ni pájaros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario