viernes, 18 de enero de 2019

CARLOS MANUEL VILLALOBOS





Hacer el amor volando



Algunas especies son capaces de aguantar varios soles antes de que la urgencia de restregarse la piel las enloquezca, pero hay otras que no pueden esperar ni siguiera más allá de misma tarde en que nacieron. Parece como si vinieran con una orgía incontenible en cada célula: no piensan otra cosa más que amar con toda el alma. Si unas ganas así nos ocurrieran a nosotros, ni Dios con todos sus profetas y sus curas, serían capaces de parar el relajo. Pero como se trata de unos pequeños insectos llamados efímeras o cachipollas, los puritanos se hacen de la vista gorda y prefieren no mencionar el tema. Pero aunque no quieran admitirlo, el carnaval nudista de estas criaturas recién nacidas existe. Salen del agua como resurrecciones de la tarde, y sin haber probado bocado, y habiendo perdido la virginidad, minutos después mueren abrazadas a las pozas y a los lagos. Pasado algún tiempo, al caer otra tarde de verano, estas pozas y estos lagos estallan otra vez en un incendio de alas y de besos; y otra vez, sin haber probado una pizca de alimento, vuelven a morir con un orgasmo en la mirada.

¿Dónde aprendieron estas niñas primitivas
el sagrado ritual del Kamasutra?

¿Dónde aprendieron las prohibidas danzas
que solo saben los gatos cuanto están en celo?

¿Quién las hizo princesas del ocaso
y les dio por reino la libertad de amar volando?

¿Qué fuego las hizo gritar del agua
y volverse un canto de caricias en el aire?

¿Son acaso los lirios que las recogen al morir
los padrinos nupciales de esta orgía?

¿Quién les ha dicho a estas doncellas de una tarde
que la vida es un brindis y un incendio de abrazos
y que la muerte es una fiesta de acrobacias y alegrías?


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