viernes, 18 de enero de 2019

HERNÁN LAVÍN CERDA





1. Los boyardos



La boyarda se desnuda con sutileza
y el boyardo, enfermo de piedad, no puede,
no sabe, no podría desnudarse y sonríe
como un caníbal enfermo de cordura
que de pronto brinca, riéndose sin mucha sutileza,
a la manera de una pulga en el siglo XV.

Avergonzada por casi todo, la boyarda llora
como una pulga que no puede, no podría saltar
porque su propia desnudez no lo permite.
Algo dogmática en su dolor, la boyarda llora
y su llanto, como si estuviese enferma de piedad,
es aún más sublime que el temor de Dios
a comienzos del siglo XV.

Estamos en Transilvania, hemos abandonado Rusia,
la más antigua Rusia, la Santa Rusia,
y hay un poco de sangre en la boca del boyardo
que no deja de sonreír junto al cuerpo desnudo
de la boyarda que lo observa sutilmente,
habiendo perdido, por exceso de piedad,
el poder no siempre equívoco del amor.

Ahora empieza de nuevo la lluvia, siempre la lluvia.
Lo más probable es que nunca deje de llover
sobre los bosques de Transilvania,
allí donde un pope ha descubierto a los boyardos
que sonríen como bufones con algo de vergüenza.

De improviso, también el pope se desnuda
con suspicacia, sonríe
junto a ellos, brinca a la manera de una pulga,
y los tres acaban por burlarse de su propia desnudez
que algún día tuvo condición de dogma.


De: “Visiones de la antigua Rusia”



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