1. Los
boyardos
La boyarda
se desnuda con sutileza
y el
boyardo, enfermo de piedad, no puede,
no
sabe, no podría desnudarse y sonríe
como un
caníbal enfermo de cordura
que de
pronto brinca, riéndose sin mucha sutileza,
a la
manera de una pulga en el siglo XV.
Avergonzada
por casi todo, la boyarda llora
como
una pulga que no puede, no podría saltar
porque
su propia desnudez no lo permite.
Algo
dogmática en su dolor, la boyarda llora
y su
llanto, como si estuviese enferma de piedad,
es aún
más sublime que el temor de Dios
a comienzos
del siglo XV.
Estamos
en Transilvania, hemos abandonado Rusia,
la más
antigua Rusia, la Santa Rusia,
y hay
un poco de sangre en la boca del boyardo
que no
deja de sonreír junto al cuerpo desnudo
de la
boyarda que lo observa sutilmente,
habiendo
perdido, por exceso de piedad,
el
poder no siempre equívoco del amor.
Ahora
empieza de nuevo la lluvia, siempre la lluvia.
Lo más
probable es que nunca deje de llover
sobre
los bosques de Transilvania,
allí
donde un pope ha descubierto a los boyardos
que
sonríen como bufones con algo de vergüenza.
De
improviso, también el pope se desnuda
con
suspicacia, sonríe
junto a
ellos, brinca a la manera de una pulga,
y los
tres acaban por burlarse de su propia desnudez
que
algún día tuvo condición de dogma.
De: “Visiones de la antigua Rusia”
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