Compré una pipa para mi amigo peruano…
Compré
una pipa para mi amigo peruano
en
el Mercado de la Seda.
«Es
de cuerno de yak», me dijo la dependiente.
Tiene
un lomo suavísimo, discreto,
y
un revestimiento de cobre en la boca del hornillo.
Ya
temprano había visto su carne
delicadamente
sazonada en el bufet,
satisfaciendo
sobresaltados comensales,
-poetas
trashumantes buscando el elixir
de
su infatigable demonio-.
Teníamos
que haberlo visto a 6000 metros de altura,
con
la joroba dispuesta, peinando los desiertos del Tíbet.
Detenidos
en su ojo, complacido y triste, adivinamos la vida.
Mi
amigo colecciona pipas de todos sus viajes,
como
si no quisiera abandonar la humareda interior
de
cada comarca extraña.
Ya
en casa, enciende una al azar
en
la demandante hora del poema,
y
se pone a laborar, sin angustia, en sus apariciones reptantes.
Quiero
creer, que en la espiral de humo, volverá el yak,
paciente
como en las estepas más frías,
para
guiarlo mientras escribe, entre salvajes amenazas,
decapitadores
vientos, que tan bien reconoce.
Beijing, 2013.
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