sábado, 8 de junio de 2019

RICARDO MUÑOZ MUNGUÍA





Mi cuerpo puntualmente
desciende en espiral
al fondo de la tortura fiel.
Lo quema el sabor del hambre,
clavos apuntalándose
en paredes del estómago;
la pus sacia al sediento que soy
con su enorme balde
hasta ahogar el clamor;
el deseo diorama se disuelve
en una porción de fórmula tímida,
delirio entre venas
hacia la cima del viento.

El sedante nocturnal
desprende los frutos
que cuelgan del sueño;
ella, sin nombre, y yo, sin ella,
somos eso mismo,
las frutas desprendidas
en una noche, en una vida,
alimentadas con dosis miserables
de placer y venenos,
ácido escurriéndose
de los espejos a los
pies.
La gran necedad -necesidad-
por continuarse en límites de la carne
se paga con sobreprecio
pero al fin el valor se vuelve minúsculo
porque bien se cobra: mantenerse
en la gravedad del cuerpo
para tocar otros cuerpos.


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