lunes, 23 de septiembre de 2019

CLAUDIA MASIN





Tomboy



Yo no sé cómo se hace para andar por el mundo
como si solo hubiera una posibilidad para cada cual, una manera
de estar vivos inoculada en las venas durante la niñez,
un remedio que va liberándose lentamente en la sangre a lo largo
de los años igual que un veneno que se convierte en un antídoto
contra cualquier desobediencia que pudiera
despertarse en el cuerpo. Pero el cuerpo no es
una materia sumisa, una boca que traga limpiamente
aquello con que se la alimenta. Es un entramado
de pequeños filamentos, como imagino que son los hilos
de luz de las estrellas. Lo que nunca podría
ser tocado: eso es el cuerpo. Lo que siempre queda afuera
de la ley cuando la ley es maciza
y violenta, una piedra descomunal que cae desde lo alto de una cima
y arrasa lo que encuentra. ¿Cómo pueden entonces
andar tan cómodos y felices en su cuerpo, cómo hacen
para tener la certeza, la seguridad de que son eso: esa sangre,
esos órganos, ese sexo, esa especie? ¿Nunca quisieron
ser un lagarto prendido cada día del calor del sol
hasta quemarse el cuero, un hombre viejo, una enredadera
apretándose contra el tronco de un árbol para tener de dónde
sostenerse, un chico corriendo hasta que el corazón
se le sale del pecho de pura energía brutal,
de puro deseo? Nos fuerzan
a ser aquello a lo que nos parecemos. ¿Nunca
se te ocurrió cómo sería si en lugar de manos tuvieras garras
o raíces o aletas, cómo sería
si la única manera de vivir fuera en silencio
o soltando murmullos o gritos
de placer o de dolor o de miedo, si no hubiera palabras
y el alma de cada cosa viva se midiera
por la intensidad de la que es capaz una vez
que queda suelta?


Basado en el film Tomboy, de Céline Sciamma, 2011


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