Me retorcía las manos
Me
retorcía las manos bajo mi oscuro velo.
—¿Por
qué estás pálida, qué te intranquiliza?
—Porque
hice de mi amado un borracho
con
una recóndita tristeza.
Nunca
lo olvidaré. Salió tambaleándose:
su
boca torcida, desolada...
Corrí
por las escaleras, sin tocar los barandales.
tras
él, hasta la puerta.
Y
le grité, conmocionada: —Todo lo decía
en
broma, no me dejes, o moriré de pena.
Me
sonrió, terriblemente despacio
y
exclamó: —¿Por qué no te quitas de la lluvia?
(Kiev, 1911)
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