jueves, 28 de noviembre de 2019

GEORG TRAKL




  
Salmo
 Para Karl Kraus



Hay una luz que el viento ha extinguido.
Hay una taberna que el borracho abandona al mediodía.
Hay un viñedo, quemado y negro, con hoyos llenos
de arañas.
Hay una habitación cuyas paredes con leche se han
blanqueado.
El loco ha muerto. Hay una isla en los Mares del Sur
Dispuesta para el Dios Sol. Siguen tocando los tambores.
Los hombres ejecutan danzas de guerra.
Las mujeres mecerán sus caderas en lianas y flores de
fuego
Mientras cante el mar. Oh, nuestro paraíso perdido.

Las ninfas han abandonado los bosques de oro.
Han enterrado al desconocido. Una lluvia delgada
comienza a caer.
El hijo de Pan surge bajo la forma de un campesino
Que duerme al mediodía sobre el asfalto incandescente.
Los vestiditos de las pequeñas de aquella granja son de una
pobreza desgarradora.
Hay habitaciones llenas de cuerdas y sonatas.
Hay sombras que se abrazan ante un espejo enceguecido.
En las ventanas del hospital se calientan los convalecientes.
Un barco de vapor lleva epidemias sangrientas por el
canal.
Una extraña hermana vuelve a aparecer en algún sueño
maligno.
Descansando en el follaje de avellana, ella juega con su
destino.
El estudiante, o tal vez un doble, la sigue, espiando desde
la ventana.
Tras él se yergue su hermano muerto, o bien él desciende
por la vieja y tortuosa escalera.
La figura de una joven novicia palidece en la oscuridad
de los castaños.
Cae la tarde en el jardín. Los murciélagos revolotean en
torno al claustro.
Los hijos del portero dejan de jugar y van en pos del oro
del cielo.
Los acordes finales de un cuarteto. Una pequeña ciega
corre temblando por el boulevard.
Y más tarde, su sombra trepa por los muros fríos, oculta
entre cuentos y santas leyendas.

Hay una barca vacía, abriéndose paso por la tarde en el
oscuro canal.
En la lobreguez del viejo asilo se desmoronan ruinas
humanas.
Unos huérfanos muertos yacen junto al muro del jardín.
Ángeles con las alas manchadas de fango salen de grises
habitaciones.
Caen gusanos desde sus párpados amarillentos.
El atrio de la iglesia, oscuro y en silencio, como en los
días de la infancia.
Vidas anteriores se deslizan por ahí con pies de plata,
Y las sombras de los malditos descienden a las aguas
quejumbrosas.
Dentro de su tumba, el mago blanco juega con unas
serpientes.

En silencio, se abren los dorados ojos de Dios sobre la
morada de las calaveras.



No hay comentarios:

Publicar un comentario