jueves, 16 de abril de 2020

FRANCISCO ESPADA





Concertina para el hambre



La vida golpea a todos 
con azotes de azar que nos desencuadernan;
llega el envés,
llega el viraje virulento
y se convierte en óxido
lo que antes era acero rutilante:
son hechos maltrechos,
deslucidos encajes del camino de la vida
y reveses de fortuna
que nos sacan de la senda
y nos orillan en la arista misma
con su pendular hacia la muerte.

Pero hay almas, al parecer blasfemas 
o ignominiosamente olvidadas,
que viven en la clausura del olvido
como reductos negros del desprecio
en la esquilmada tierra aborigen
y condenados sin juicio ni cordura
al olvido de los hombre y los dioses.

Nos hemos atrincherado 
en el reclamo de lo mío es mío
y lo tuyo vuestro
—siempre que no sea del interés general—
y alambramos el coto, y elevamos la cota,
con las debidas rendijas para los bienes
sin comunión con la negra y endémica
palidez del hambre. 
¡Hambre, hombre, hambre!

¿En qué pérfida y arrogante cabeza
anida la exclusión de tu látigo fiero?:
concertinas para el hambre
no es música bailable, sino holocausto
indignante, flagelo, picadura de áspid,
inmoralidad, indigencia, indecencia, infamia.



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