domingo, 11 de abril de 2021

ANTONIO LUCAS

 

 

 

París, 1996

 


Tu sombra es una calma torturada. Un cuerpo que palpita

goteante, todavía. Tu sombra es tu ciudad y el llanto en que se torna,

la fiebre de sus puentes como aspas cinceladas, sus puentes de

clamor o arista enloquecida; los puentes con su historia de

cuerpos que se abrazan y líquenes furiosos, de manos

que soportan un mundo de miseria, con un fuego de siglos y amor

desesperado.

 

Tú vienes del olvido como un recuerdo ciego, y estás aquí, entreabiertos

nosotros, germen de ese cauce que cruza ya las bocas y trae su

resonancia de máscaras o estío, tu tierno abecedario de sueños

improbables y noche sorprendida, y pecho que se colma.

 

Tu sombra es una turbia melodía. De súbito racimos de agua

helada se incendian sordamente, la pálida caricia de unos dedos

otoñan los tinteros profanados, las ramas de esta tarde que se

dora, mi voz que entró en un rostro como una piel dormida, en luz de

tanto olvido cuando arden las acequias, los muros de tu mano.

 

De aquel invierno frágil, por ejemplo, de aquel viejo rincón de

esencias anilladas tan sólo quedarán los arcos de su pulso, la

bóveda estallante del abrazo, su música angular, el té de la agonía,

la gárgola que inciensa el sílex de los nombres;

de aquel invierno tuyo, por ejemplo, tan sólo un manifiesto

compartido, acaso unas cenizas de noche o de mirada.

 

De: “Fuera de sitio”

 

 

 

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