Dejadme ya
con ellos, con mis muertos.
Con
tía Franca y su tímida sonrisa
dentro
del marco oval de oro falso,
que
se angustia las veces que no acudo
a la
cita habitual de cada sábado.
Debajo
está tía Gina que ha llegado
en
enero de este año a mi despecho,
sin
avisarme se marchó en el día
del
bautismo de Alessio. No debías
hacerme
esta injusticia. Te he llorado
encerrado
en mi cuarto en Espinardo
mientras
comían paella con mariscos
y
brindaban con cava catalán.
Un
poco más arriba están mis padres,
él
con trinchera y el cabello espeso,
ella
con traje negro, demacrada.
Finalmente,
lindando con el techo,
reunidos
todos en el mismo nicho,
la
madre y dos hermanos de las tías,
el
abuelo Michele que leía,
para
pasar el tiempo, la Gaceta
mascando
caramelos que compraba
con
el diario en el bar de calle Roma.
Para
ti hemos guardado el mejor sitio,
a la
vista de todos, en el centro.
Faltan
sólo la lápida y la foto.
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