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Su
nariz es un hilo rojo donde el mar Egeo baña los muslos de Kárpatos. Su piel se
marchita bajo lo blanco de las sábanas. «¡Quiero una manzana!», dice, mientras
en mis manos queda un montón de cabello. Vasia ríe y yo, con el estómago vuelto
un nudo, le doy un poco de leche para matar la angustia.
De: “Al amor también lo devoró la luz”
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