Mi comadre Mercedes interpretaba mis sueños
Mi
Comadre Mercedes,
niñera de mi abuela y de mi padre,
interpretaba mis sueños todas las mañanas.
Y
con una sabiduría mestiza de Granada
entresacaba reflexiones de la peineta de su pelo.
Ella
está en las fotografías que hice contra el olvido.
Sus palabras salen de las gavetas de la memoria
y alguna vez tengo la oportunidad de identificar:
a un niño presa del pánico,
el rostro de alguien que dice que es capaz de asesinar,
murmuraciones humilladas,
lágrimas devotas fluyendo sobre los inmensos corredores
hada la capilla familiar dedicada a la Virgen de la Flor.
Entonces
el mundo que vive dentro de mí
se agita entre la soledad y la incertidumbre.
Espectros
de ausencias y carencias
vuelven a circular en mis insomnios,
esos rostros de la agonía sueltos en la libertad interior.
¿A
qué profundidad baja el hombre, cuando duerme,
para encontrarse con sus sueño?
¿Es el alma la que baja a los sueños?
¿Por
qué el material de trabajo de la vida del hombre
es la duda y la imaginación?
¿Con qué sustituye la realidad la muerte?
¿Es la otra vida una realidad exterior del yo?
¿Hay historia dentro de la muerte?
Y todavía sigo oyendo las reflexiones
de mi Comadre Mercedes:
El sueño y la muerte son plenitudes
y toda la plenitud es santidad.
La
ausencia de todo es la riqueza de sí mismo.
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