Perdón
Óyeme.
Vengo, hermano, los párpados mojados
y los labios en gesto de profundo dolor,
a pedirte que mojes mis ojos marchitados,
a pedirte que viertas sobre ellos el perdón.
¿Qué fui cruel? ¿Qué mi llanto no bastará a limpiar
todas las amarguras que di a tu corazón?
Ignoras que fue tuyo todo mi palpitar,
y que, si no mi risa, ¡tuyo fue mi dolor!
Sí, perdóname, amigo, haya hecho tan amarga
la copa en que bebiste con febril ansiedad;
bendice este amor mío que tanto te acibara,
que es la ley de los justos sufrir y perdonar.
Y… si el perdón derraman tus ojos y tu mano,
he de decirte llena de ternuras: “¡Hermano!”
Y serán mis caricias y mis besos benditos;
mas, si sigues llorando y perdonar no puedes,
ha de alejarse, huraño, de mis labios el canto,
y seguirán goteando de mis ojos marchitos,
todas mis esperanzas transformadas en llanto!
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