(a Ayarí)
III
Los sábados la casa se hace distante por dentro. Recurro a un recóndito valor y
recorro, palmo a palmo, la lejanía que ya no pretende regresar. Descubro ( como
si nunca antes hubiese sucedido ningún descubrimiento) un derruido rincón en un
patio postergado. Hito y frontera de nostalgias.
Los muros han escogido envejecer y en esa vía van desmoronando orgullos y
antiguas naturalezas con sus respectivas prosapias.
Por allí siguen transitando incesantes alarifes de un oficio de sueños y de
tierra, cal y cantos y piedras mixturadas.
Se siente la presencia de la argamasa nutriendo a los ladrillos. Huelga decir
que sobran los atisbos de pálido azul y grises que son mordiscos en las
texturas.
(Una cabellera de paja pretende exornar la indestructible cabeza del muro y las
futuras lluvias recuperarán los verdes que entrañablemente defendimos mientras
fuimos niños).
De: “La casa que me habita”
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