Lugares
necesarios
De
Manderley a Rosebud,
por
citar dos ejemplos
de
nombres singulares
en
las filmografías,
hay
un misterio escrito
en
las bridas del aire
que
juega con la cámara
y
logra demostrarnos
que
el olvido no existe
si
le queda en el alma
a
quien a esto se entrega
un
poco de ilusión
y
altas dosis de magia.
En
la vida del arte
hay
un sesgo atrevido
que
revuelve el espacio
donde
campa el hastío,
donde
no pasa nada
si
la vida anodina
se
encierra entre sus muros.
Así
el cine se implica,
no
se calla y se atreve
a
contar lo que ocurre,
a
decir lo que debe;
porque
desde el principio
en
que izó su periplo
ha
sido fiel al hecho
de
contar lo que ofrece
a la
atenta mirada.
Por
eso con la fuerza
que
le otorga su entrega,
y la
sana experiencia
que
a diario se vive
en
las salas de cine,
qué
bueno es avivarnos
con
la esencia del mito
que
conserva los nombres
de
los santos lugares:
Manderley,
La Gaviota,
Rosebud,
Monument Valley,
regresos
necesarios
que
usamos muchas veces
por
ver si hay algo más
animando
un nosotros.
Entonces
sin que nadie
lo
haya previsto antes,
e
igual que en otro tiempo
se
hiciera de la vista
todo
un cuerpo plenario,
miramos
a la cámara
imitando
a las cosas.
Hay
gente que no cree
en
la magia del cine,
y
piensa en otros campos
con
otros seguidores
y
eso les hace libres.
Pero
yo siento en Chaplin
en
los Marx, y en Erice,
en
la Monroe o Fellini,
los
momentos mejores
los
días más felices.
Ellos,
Ford y Berlanga:
me
han salvado del tedio.
¡Qué
hermosas son las Artes,
qué
grande Billy Wilder!
De:
“Trece escalones”
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