Poema
quien
araña la pared no sabe que
a este lado de ella no hay nada: ni
el vacío, ya que éste supondría la
desocupación de algo: los gastados
procesos de una intimidad: una llave, un
trozo de servilleta, un clavo. O sea, rastros
de sentimientos, ácidos desperdicios de
cuerpos que se odiaron huyendo de la
mirada que hubiera podido salvarlos
del horror final. Y quien toca aún la
puerta ignora que ya no hay casa detrás
de ella: un árido campo de extramuro a
quien redimen la ortiga y la campánula
¿Quién puede arañar la pared?
¿Quién puede tocar a la puerta?
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