Mi tristeza
Esta
honda tristeza
–que me domina siempre que te escondes–
se diluye en las cosas cotidianas
y, acaso, no la trato
como ella se merece,
pues su lamento es luz donde descubro
que el brillo de tu amor llegó a mis ojos.
Al
final, la confundo, nombrada en otros sitios
que no le corresponden:
la pérdida constante del curso de los años,
deseos que no aguardan lugar para cumplirse,
o, a veces, simplemente,
la apatía del otro cuando esperas
su mano o su consuelo.
Aunque intuyo la forma de hacerla más presente,
y no es otra que amarla sin reparos
–desnuda en mi interior–
como un niño asustado que se acuna
y se acoge con celo hasta llamarla
despacio por su nombre:
Mi querida tristeza, reflejo cristalino
de mi ignota nostalgia por tu rostro.
Ella
es mi única verdad;
el sólido bastión que me permite
descubrir tu existencia indemostrable
en este mundo incierto
que duda confundido a cada paso.
De: “El canto del Ney”
No hay comentarios:
Publicar un comentario