El
nadador
Oigo
el roce de tu mano.
Nos llevabas ladera abajo,
cuando el sol vibraba en la enramada densa del trópico.
Te
sumergías en el río Parángula.
Un destello y una onda fugaz. Mi hermano y yo enmudecíamos
hasta que el lirio flotaba desde lo más hondo de la poza.
Regresas
en el aire, con semillas.
Nace la hierba, el musgo, la arboleda,
la puesta del sol en el camino. Entrábamos en la casa
cuando
los pájaros de tu mano poblaban el cielo.
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