Alegoría
de los esfínteres
Perdida
la inocencia de solo un golpe
Decir al viento que me he ido,
que me voy.
Soy
yo La Triste Niña,
La Caída una Noche de Abril.
Mis esfínteres dilatados claman libertad.
Se
desenrollan y se aprietan.
Se envuelven en una danza henchida de impactos,
a empellones aprenden sobre el exterior,
severas contusiones les enseñan de libertad,
de apertura y división, de calambres extensivos.
Soy
yo la cosa abierta,
La Que No Dice Nada Sabiéndola Llevar.
Mis manos crispadas a gritos se afilan:
del
todo nacen las partes,
distendido el músculo revienta,
flor que sangra estrangulada,
de pétalos húmeda, penetrada,
convulse en la circunferencia.
La
inocencia perdida –desaguada–
decir a todos que me he ido,
que los esfínteres me llevan redimida y mártir,
que me voy.
Soy
yo La que Consuela,
y si mayor es el daño más profundo es el amor
y mis labios profanados buscan dedos sucios y basuras guardadas en la carne.
Ya
de forma sostenida,
llegan las palpitaciones asombradas y arrítmicas,
cimbran el suelo que veo de frente.
Las
tonalidades y texturas de las paredes se agolpan
y se comen los sonidos de aquel que –violento-
cree
seducirme mientras ríe.
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