Grande
es el odio
1
Grande
y dorado, amigos, es el odio.
Todo
lo grande y lo dorado
viene
del odio.
El
tiempo es odio.
Dicen
que Dios se odiaba en acto,
que
se odiaba con fuerza
de
los infinitos leones azules
del
cosmos;
que
se odiaba
para
existir.
Nacen
del odio, mundos,
óleos
perfectísimos, revoluciones,
tabacos
excelentes.
Cuando
alguien sueña que nos odia, apenas,
dentro
del sueño de alguien que nos ama,
ya
vivimos el odio perfecto.
Nadie
vacila, como en el amor,
a
la hora del odio.
El
odio es la sola prueba indudable
de
la existencia.
2
Y
el miedo es una cosa grande como el odio.
El
miedo hace existir a la tarántula,
la
vuelve cosa digna de respeto,
la
embellece en su desgracia,
rasura
sus horrores.
Qué
sería de la tarántula, pobre,
flor
zoológica y triste,
si
no pudiera ser ese tremendo
surtidor
de miedo,
ese
puño cortado
de
un simio negro que enloquece de amor.
La
tarántula, oh Bécquer,
que
vive enamorada
de
una tensa magnolia.
Dicen
que mata a veces,
que
descarga sus iras en conejos dormidos.
Es
cierto,
pero
muerde y descarga sus tinturas internas
contra
otro,
porque
no alcanza a morder sus propios miembros,
y
le parece que el cuerpo del que pasa,
el
que amaría si lo supiera,
es
el suyo.
4
Aunque
alguien crea que el terror
no
es sino el calcetín de la ternura
vuelto
al revés,
sus
pastos no son esos.
No
están ahí los comederos
del
terror.
La
ternura no existe sino para Onán.
Y
nadie es misericordioso
sino
consigo mismo.
Nadie
es tierno, ni bueno,
ni
grandioso en el amor
más
que para sus vísceras.
La
perra sueña que da su amor al niño,
Goza
amamantándolo.
Reino
es la soledad de todas las ternuras.
Sólo
el terror despierta a los amantes.
5
Para
el odio escribo.
Para
destruirte, marco estos papeles.
Exprimo
el agrio humor del odio
en
esta tinta,
hago
temblar la pluma.
En
estas hojas,
que
escupo hasta secarme, arrojo
Todo
el odio que tengo.
Y
es inútil. Lo sé.
Sólo
te digo una cosa:
si
estas últimas líneas
fueran
gotas,
serían
de orines.
6
De
pronto, se quiere escribir versos
que
arranquen trozos de piel
al
que los lea.
Se
escribe así, rabiosamente,
destrozándose
el alma contra el escritorio,
ardiendo
de dolor,
raspándose
la cara contra los esdrújulos,
asesinando
teclas con el puño,
metiéndose
pajuelas de cristal entre las uñas.
Uno
se pone a odiar como una fiera,
entonces,
y
alguien pasa y le dice:
“vete
a cenar, tigrillo,
la
leche está caliente”.
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