Ambigüedad
Acordamos
tácitamente
movernos
al ritmo de la ambigüedad,
dirigirnos
la palabra sin mencionarnos,
respondernos
sin nombrarnos.
Implícitamente
llegamos
sin
premeditarlo, sin quererlo,
a una
alarmante intimidad,
en
donde las verdades demasiado atrevidas
y las
apelaciones muy directas
estuvieran
prohibidas.
Tal
vez a riesgo de equivocarnos
aceptamos
jugar
este juego de perfidia
de
roces de telas y miradas furtivas,
de
confesiones con antifaz
en un
baile de máscaras.
A
riesgo de confundirnos
mantuvimos
una
sospechosa correspondencia:
cada
noche era tu voz la que venía a cerrarme los párpados,
mis
palabras, las que se iban contigo a la cama.
Alguien
debió advertirnos
que
este juego era malsano
-¿pero
cómo, si era sólo nuestro?-
Perdóname,
porque
Ahora,
sola
con el caleidoscopio de tus palabras
se
decodifican cada una de las figuras ante mis ojos,
se
devela todo el significado oculto que entrañaban
y no
quiero quedarme más
junto
a este mensaje que de pronto está desollado,
junto
a este papel todavía caliente y palpitando.
Ven,
quiero
pedirte perdón
por
no entender,
por
no haber querido entender
porque
aun habiendo entendido
me
incliné por la ignorancia.
Si no
respondí,
si
seguí danzando
y
derramando suave lascivia al girar,
si no
me atreví a aventurar
que
tu llamado era para mí…
fue
por miedo y por orgullo.
Esta
noche detendré mi baile,
bajaré
los brazos extenuados,
avanzaré
hasta tu sitio
pese
al miedo sofocante
pese
a las dudas oprimiendo mi talle,
y te
daré a probar dos reservados favores:
te
silenciaré
con
uno de mis dedos sellando tus labios
y
levantaré mis ojos
hacia
ti.
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