Fragilidad
Muchacha,
cuentan que un tulipán es una promesa
entre
lo etéreo y la hojarasca.
Míralo
brotar como una caracola en el prado
y
deshacerse con la primera brisa de julio
como
si fuera tan ligero como tu sonrisa tocada por la luz
y
tan suave como el abrigo que te cubre los hombros.
Muchacha,
parece que de pronto fueras a ponerte de pie
y
a nacer de nuevo en el bosque
como
una criatura que nadie ha creado,
que
solo bebe la escarcha avivada por la aurora
y
asoma sus ojos entre la fragilidad de los arbustos,
incapaz
de distinguir la figura del cazador en el acecho
y
el estruendo de su fusil que penetra el cerco de los pinos
o
el sereno que resbala en los dientes del acero
o
el pánico del incendio que se eleva y que consume,
inmisericorde,
las primeras hierbas del año
junto
a los símbolos que con sus cuernos
los
venados fueron dejando en el alba.
Pequeña
muchacha, diminuto animal,
que
no reconoce al hambre aullar
ni
a la horda de fieras deambulando en mitad de lo terrible
ni
el sabor de las bayas más tristemente dulces
ni
la cruel ley de los elementos que rigen en el monte.
Tu
sombrero voló hace tanto junto a los tulipanes,
tu
abrigo quedó hecho jirones en medio de los cardos.
Te
has puesto de pie
y
ya solo queda tu gesto como un delicado trazo
que
alguna vez alguien dejó puesto
encima
de la hierba
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