Fragmento
(2): Carta a Diego Rivera
‘Mi
noche es como un gran corazón palpitante. Son las tres y media de la madrugada.
Mi noche no tiene luna. Mi noche tiene grandes ojos que miran fijamente la luz
gris que se filtra por las ventanas. Mi noche llora y la almohada se humedece y
se enfría. Mi noche es larga y larga y larga y siempre parece estirarse hacia
un final incierto. Mi noche me precipita en tu ausencia. Te busco, busco tu
cuerpo inmenso a mi lado, tu aliento, tu olor. Mi noche me responde con el
vacío; mi noche me da frío y soledad. Busco un punto de contacto: tu piel.
¿Dónde estás? ¿Dónde estás tú? Me giro hacia todos lados, la almohada mojada,
mi mejilla pegada a ella, mi pelo mojado contra mis sienes. No puedes no estar
aquí. Mi cabeza divaga, mis pensamientos van y vienen y se estrellan, mi cuerpo
no puede entenderlo. Mi cuerpo te desea. Mi cuerpo, este peligro mutilado,
quisiera un momento para olvidarse en tu calor, mi cuerpo pide a gritos unas
horas de serenidad. Mi noche es una fregona del corazón. Mi noche sabe que me
gustaría mirarte, cada curva de tu cuerpo, reconocer tu rostro y acariciarlo.
Mi noche me sofoca con tu falta. Mi noche palpita de amor, el amor que intento
contener, pero que palpita en la penumbra, en cada fibra de mi ser. Mi noche
quisiera llamarte, pero no tiene voz. Pero le gustaría llamarte y encontrarte y
aferrarse a ti por un momento y olvidar este tiempo que mata. [Mi noche arde de
amor. Son las cuatro de la mañana. Mi noche me agota. Sabe que te echo de menos
y toda su oscuridad no basta para ocultar lo evidente. Brilla como una hoja en
la oscuridad. [...] Mi noche siempre te está buscando. Mi cuerpo no concibe que
unas calles o cualquier geografía nos separen. [...] Mi noche grita y rasga sus
velos, mi noche choca contra su propio silencio, pero tu cuerpo no está en
ninguna parte. Te echo tanto de menos. Y tus palabras. Y tu color. Pronto
amanecerá’.
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